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Capítulo 9

Me latia con fuerza el corazón, de forma desembocada que tenía miedo de que se saliera de mi pecho. Su cuerpo irradiaba un calor anormal pero excitante que no tardó en pegarse al mío al instante.

Sus dedos enredados en mi cabello, besándome todo el rostro y yo lo imitaba, tratando de satisfacer la sed del otro. Era un momento que deseaba que durara para siempre. Sus labios me estaban lanzando a un trance del que seguro no saldría nunca mientras la música era lejana pero fiel compañera.

Mi vista se nubló, sólo me dejaba llevar por los sentidos. Cuando me di cuenta, me había llevado a su habitación y lanzada cuidadosamente sobre su cama de finas sabanas que no tardaron en erizarme la piel.

Lo vi, al pie de la cama, desabrochando su camisa de una forma eterna. Cada segundo era una eternidad, lo único que deseaba era tenerlo dentro mío. Entonces, ante mi quedó aquel vientre y pecho inflado salpicado de pecas. Un verdadero hombre ante mis ojos, y bendecida por tener el deber de complacerlo.

Complacer a James era uno de mis grandes deseos ocultos. Dios, que sexy era.

—¿Ansiosa, Grey? —me preguntó en un susurro, sin despegar sus ojos caramelo de mí.

Abrí mis piernas de par en par, dispuesto a recibir lo que sea de él.

—No lo dudes —musité, con una ceja arqueada y con una media sonrisa en mis labios.

Una sonrisa traviesa floreció de los suyos, que no tardó en morder para ocultarla.

—Eres jodidamente preciosa, Alma. Desee hacer esto todo el día. Aquí termina mi delicadeza contigo.

Entonces sus labios fueron directo hacia mis partes íntimas, sin más rodeo. James tomó con sus fuertes manos mis pechos, que no tardó en acunarlas con ellas y apretarlos. Gemí.

Pasaba su lengua sobre mi braga, haciendo que el contacto entre la tela y ella fuera un verdadero espectáculo de sensaciones.

—James —gemí, cerrando los ojos con fuerza y dejándome llevar.

James me devoraba completa, hundiendo su rostro en mí y pasando su lengua por lugares tan complacientes como inimaginables. Dios mío, aquel hombre sabía lo que hacía. Mi vientre cosquilleaba, mi corazón golpeteaba contra mi pecho.

La opresión y el palpitar de mi sexo me pedía a gritos que él fuera mío. Dios santo.

Cada estremecimiento era un triunfo para él, lo sabía. Jugueteaba, haciéndolo bien.

Antes de que pudiera llegar al orgasmo, otra vez se había detenido, ya que se había parado nuevamente, haciéndome ver perfectamente su bulto amenazante con romper su pantalón.

—¿Quieres que te folle, no es así? —me preguntó, con una sonrisa burlesca al ver que mis ojos estaban puestos en su erecto miembro.

Se agachó y me tomó levemente del cabello, a la altura de la nuca, tirando mi cabeza hacia atrás.

—Dilo —me ordenó, con los dientes apretados —. He deseado tu deslumbrante cuerpo desde el día en que te conocí, Grey. Tienes unos pechos tan perfectos que pagaría millones por sólo observarlos, una cintura de muerte. La lista podría seguir, pero estoy demasiado ansioso por hacerte jodidamente mía.

Aquella noche había entendido que James en la cama era otra persona. Dominante, sexy, burlón y sobre todo, una persona que se tomaba enserio cada caricia sobre la piel de una mujer. Su mirada estaba oscurecida,

Tomé con una de mis manos su cuello, tomándolo por sorpresa. Me gustara que me dominaran en la cama, pero cuando mi deseo sobrepasaba los límites, la que solía dominar era yo. Abrió los ojos, sorprendido. Mi cuerpo se estaba incendiando.

—Follame ¿o tienes miedo de que sea tu perdición, Voelk?

Me devoró la boca de un beso, teniendo el descaro de morder mi labio inferior con fuerza. Me sacó la ropa interior con ansiedad, dejándome desnuda y sólo me había dejado las botas. Me abrió las piernas de par en par, y no tardó en penetrarme, haciéndome gritar.

Su respiración se mezclaba con la mía, cada embestida era una sensación tanto dolorosa como placentera. Su miembro era más enorme de lo que había mentalizado cuando me duchaba.

Jadeaba sobre sus labios, sus movimientos eran rítmicos, excitantes. Entrelacé mis piernas sobre su espalda, con la intención de que no se apartara de mí en ningún momento. Gruñó, hundiendo su rostro mi cuello, besando, mordisqueando. Marcándome, insaciable.

El ritmo aumenta, perdiéndome en su vaivén de sus embestidas.

Me retuerzo bajo su enorme cuerpo, apretando mis manos contra sus gigantescos brazos ejercitados y bien marcados. Estaba a un paso de llegar al orgasmo.

Sin esperarlo, James comenzó a tocarme el clítoris mientras me penetraba.

—Dios mío, James —carraspeé, perdida en sus dedos.

—Eso es mi bella Alma, córrete para mí. Acaba para mí. Estás empapada y eso me está volviendo loco —gruñó, mordiendo el lóbulo de mi oreja —. Libérate para mí, perfecta diosa.

El cuerpo me ardió de una forma inexplicable, de una forma que no fue capaz de describir. Los espasmos se fueron dividiendo, entre lo más bajo a lo más alto, placenteros bajo el cuerpo de James, quien no dejaba de tocarme y penetrarme.

Llegué al orgasmo tras lanzar un gemido que había florecido de lo más profundo de mi garganta, cerrando mis ojos con fuerza.

Mi cuerpo, en su máxima debilidad, seguía siendo penetrado por James, quien intentaba llegar al climax con sus propios movimientos, mientras que yo aún me encontraba en la calma de mi propio orgasmo.

Se derrumbó finalmente encima de mi cuerpo, sudado. Me abrazó, cosa que me sorprendió. Se dio la vuelta y me tumbó contra su cuerpo, recostándome contra su pecho.

El silencio era interrumpido por nuestras respiraciones agitadas que trataban de tranquilizarse. Pero mi boca no tardó en soltar:

—Merry te dejó una nota en el baño.

Al ver que no respondía, levanté la mirada para ver por qué no me había contestado.

Para mi sorpresa, James se había quedado profundamente dormido.

Se le había relajado el gesto. Sus ojos cerrados me dejaban ver sus pestañas pelirrojas, tenía el cabello revuelto y lo único que me trasmitía era su belleza en plena paz. Su respiración había pasado de agitada a tranquila.

Seguro follar más de una vez en el día te dejaba agotado. Me ocupé de quitarle el condón con delicadeza de no derramar su semen en sus sabanas oscuras, lo tiré en el cesto del cuarto de baño que estaba dentro de su misma habitación y lo arropé por si en la madrugada refrescaba. Antes de hacer lo último me quedé apreciando su hermoso cuerpo desnudo, sus mechones anaranjados se espacian contra su almohada y me quedé maravillada con la cantidad de pecas que tenía.

James era una obra digna de ser admirada y más me sorprendía que a la edad de sus treinta y cinco años, se mantenga tan bien. Él era cómo el vino, mientras más años pasaran mejor se ponía, de eso estaba segura.

Me puse la ropa interior, sin antes secarme con papel mis partes íntimas y lavarlas en su baño. Me vestí y vi que en mi celular marcaban la una y treinta de la madrugada.

Le di un casto beso en la frente en forma de despedida, mientras a él lo consumía un profundo sueño y échandole un último vistazo desde el umbral de la puerta de su habitación, me marché, ya que mi trabajo había finalizado.

A la mañana siguiente me desperté con el sol en la cara, me había olvidado nuevamente de cerrar las cortinas y me odie a mí misma. Me puse la almohada en el rostro para tratar de evadir los rayos del sol pero no había caso, esa cosa en el cielo me estaba ganando.

Si me hubiera quedado en casa de James seguro tendría las cortinas cerradas. Yo y mi maldita costumbre de sabotearme los días.

Me levanté de mala gana, y cerré la cortina de golpe, cuando me di la vuelta en dirección a mi cama, pegué un grito de muerte, llevandomé una mano al pecho.

James estaba acostado en mí cama, observándome claramente enojado, con el torso desnudo y envuelto en mis sábanas.

—¡Demonios, James!—grité, pegando la espalda contra la pared.

—¿Se puede saber por qué demonios te fuiste anoche? —me preguntó, con frialdad, ignorando mi espanto por su culpa.

Pestañeé más de la cuenta, sin saber qué decir. Era temprano, muy y él estaba de la misma forma en lo que yo lo había dejado, desnudo. Que buena vista.

—¿Te me vas a quedar mirando el paquete o vas a responder?

Sentí mis mejillas ruborizarse.

—No creí que fuera correcto quedarme. Creo que dormir en tu cama sería forzar un vínculo que no pretendo generar—le respondí, avergonzada—¿Cómo demonios entraste? Dime por favor que no tiraste la puerta abajo otra vez, James—froté mi frente, aterrada con esa idea.

—No pretendo generar un vínculo entre los dos que provoque una relación más allá de la que tenemos, Alma. Pero te hubieras quedado en mi casa, así por lo menos te tendría vigilada—me dijo, con arrogancia y pasando sus manos por detrás de su cabeza—. No, no tire la puerta abajo. Tuve el atrevimiento de hacerle una copia a la llave, con eso procurare no tirarla abajo en caso de que intentes suicidarte otra vez.

—No voy a suicidarme, James.

—No voy a creerlo hasta que el psicólogo te dé el alta.

—¿A estas alturas no vas a confiar en mí? No puedes estar las veinticuatro horas del día conmigo—mofe, cruzándome de brazos.

—¿Por qué no? —preguntó, en un bobo intento de provocarme.

—No eres mi novio, ni mí esposo ni nada. Sólo soy tu primer intento de chica de compañía y tu intento por meterte en este mundo en el que solo derrocharas tu dinero por mi compañía.

Arqueó una ceja y mordió su labio inferior, tratando de evadir una atractiva sonrisa.

—Desnúdate y métete a la cama.

—Yo no…

—Ahora—espetó, en seco y completamente autoritario.

Quería golpearlo por ser tan mandón.

—¿No deberías trabajar?

—Me tomé el día ¿me estás echando, amor?

Abrí los ojos como platos. Una palabra nueva.

—¿Amor? —me eché a reír—. Diablos James, que original.

Aunque debía admitir que la palabra “amor” saliendo de su boca y que fuera dirigida a mí, me había provocado cierto cosquilleo en el estómago que no pude comprender. Me obligué a mí misma a olvidar todo signo de cariño que proviniera de él. Nada de aferrarse, Alma.

Fui a la cama con él, y de rodillas encima del colchón, me saqué por la cabeza la sudadera grande que tenía como pijama. Al instante mis pechos se sintieron en libertad y al contacto con el aire provocó que mis pezones se pararan.

—Rostro de porcelana y cuerpo de diosa. Combinación perfecta ante mis ojos—sus palabras salieron de sus labios como una caricia.

—Lo que sea por ti.

Me recosté sobre su pecho firme, suave, cálido y salpicado de pecas. Pero su iPhone sonó en cuanto creí que la paz sería nuestra aquella mañana. Atendió.

—Merry, me alegra que llamaras—saludó a través del teléfono, con entusiasmo.

A mí se me bajaron los ánimos. Quise echarlo a patadas de la casa, pero quería comportarme como si pudiera soportarlo, como si no me importará. Quería enseñarle que podía manejar cualquier tipo de situación. Pero aquello me superaba porque se trataba de Merry.

—…me alegra saber que en la empresa te ha ido bien. No olvides de recibir todas mis llamadas, anotar citas y horarios. Espero el llamado de uno de los representantes de otros restaurantes para lanzar las ofertas de este mes en conjunto…si…estupendo. Saludos.

Cortó la llamada y me dio un beso en la coronilla de la cabeza.

—¿Todo marcha bien? —le pregunté, con un nudo en la garganta.

—Sí, sólo que mi padre me ha pedido que me ocupe de manejar dos bares nuestros aquí en Seattle ya que él está demasiado viejo y necesita un descanso. Luego del escrache público que se ha producido entre él y tú cuando renunciaste, le ha afectado la salud así que ha decidido descansar y solo enfocarse en los viñedos que posee en Chile.

Pobrecito, pensé de mala gana. Que se vaya al infierno si fuera por mí.

—¿Se marchará a Chile?

—Yo iré junto con él dos semanas, luego regresaré. Lo ayudaré a acomodarse y regresaré a Estados Unidos.

Tragué saliva con fuerza. Sin ver a James por dos semanas.

—¿Te marchas tres semanas? —lo miré rápidamente, sorprendida.

Él frunció el entrecejo y me acarició la mejilla con la yema de sus dedos.

—Sí ¿me vas a extrañar? —me preguntó con voz ronca, sexy.

—Puede ser—me encogí de hombros, fingiendo que aquello no me había afectado un poco.

—Mientras yo lo ayudo a instalarse en Chile, tú te irás a vivir a la universidad que desees. Las dos semanas se pasarán volando ¿Ya escogiste universidad, Alma?

—Elegí la universidad privada de Seattle, yo no creo que sea necesario que me instale en otro lado cuando no me queda muy lejos de aquí, James.

—¿Y dejarte sola dos semanas? Ni loco—su voz se elevó a una octava—. Prefiero que estés con una compañera de cuarto a qué estés sola aquí y decidas colgarte de nuevo. No, tú te mudaras.

Me recompuse, sentándome a su lado, haciéndole frente a la situación.

—O eliminas ese lado controlador tuyo o te vas de mi apartamento.

Se echó a reír, pero su risa fue disminuyendo al ver que estaba hablando enserio. Me empujó la espalda contra el colchón, chillé y se subió arriba mío, sentándose a la altura de mis caderas. Me sujetó las muñecas, a cada lado del rostro. Me hizo el amor como ningún otro.

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