CAPÍTULO 6.
Los rayos del sol fueron los que no me dejaban dormir y me daba pereza levantarme a cerrar las cortinas.
El amor no me daba buena espina, aunque a veces necesitaba ser amada y amar. No quería ponerme a pensar en el amor en plena mañana. Seguía pensando de la historia de Carl. Me senté en la cama, refregandomé los ojos y vi la solitaria cama.
Eso me hizo reír en silencio.
Me coloque una sudadera gris que llevaba puesto la noche anterior y que me llegaba hasta por arriba de las rodillas, me dirigí hacia la ventana y se me dio por mirar la ventana de James, quien aún se encontraba cerrada. Seguro estaba molesto conmigo.
Alguien golpeó la puerta, haciéndome sobresaltar.
Fui directo a la puerta, retirando la silla que cumplía la función de barra para que nadie se atreviera a pasar. La misma rechinaría si eso pasara.
Abrí la puerta, echándole un vistazo a mi cabello, que se encontraba aplastado cómo si un caballo le hubiera dado un lengüetazo.
Un joven de rulos rubios y bajito estaba parado frente a mí, con un sobre en las manos y con una sonrisa risueña.
—¿Usted es la señorita Grey?
—Sí.
—Esto se lo envía el señor Voelk —me dijo, tendiéndome el sobre que parecía ser bastante grueso y algo grande.
—¿Voelk es el apellido de James?
—Sí, muy particular ¿no cree? Que tenga un buen día, señorita.
Me sonrió y se marchó.
Mi atención ahora había recaído sobre el sobre marrón que tenía en mis manos y que estaba medio pesado. Tomé la decisión de ir al baño para abrirlo y ver qué me había enviado James, ya que me daba algo de desconfianza abrirlo en la cocina.
Me encerré en el baño, cerré la tapa del inodoro y me senté. Abrí el sobre y lo que vi me hizo temblar las manos, literalmente; había un enorme fajo de billetes verdes frente a mis narices y no me atreví a sacarle la goma que los unía porque sentía que todos se iban a caer.
—Madre mía —musité, con los ojos bien abiertos.
Tragué saliva, imaginandomé la cantidad de cosas que podía llegar a comprarme con aquellos billetes. Incluso me imaginé comprando un filete o marcas destacadas de comida. Dios mío. Miré y adentro del sobre había más cosas. Saqué una carta pequeña y comencé a leer:
“Señorita Grey, espero que haya recibido su pago de una manera rápida y cómoda. Usted ha recibido por su compañía solicitada por una noche, un total de mil dólares. He aumentado el monto debido a la situación incómoda en la que la he expuesto por culpa de mis padres. Quería pedirle disculpas por hacerla pasar una noche tan tensa. Por otro lado, quería comentarle que dentro del sobre encontrará a tres postulantes que se encuentran interesados en que usted sea su chica de compañía. Los he seleccionado con delicadeza para no generarle problemas. También encontrara la dirección del psicólogo y el horario de la cita junto a su fecha (no se preocupe, yo mismo he costeado la cita y me haré cargo de todas las que sea necesaria para su recuperación mental. En fin, deseo que usted sepa elegir a sus candidatos y cualquier duda le dejo mi número de celular. Que tenga una fantástica vida y llena de felicidad. Con cariño, su querido amigo, James”.
Me quedé helada y con una sensación horrible en el pecho. Me había golpeado de una forma tan inesperada que no sabía en qué pensar. Lo sentía como una despedida, seguramente estaba enojado por lo de anoche, pero ¿por qué demonios se enojaría u ofendería si ambos practicábamos el sexo y no nos unía nada? Seguro se había ofendido cuando le había mostrado los pechos, cegándome claramente la excitación.
Acuné en mis manos el rostro, algo confusa. Era una tonta. Me sentía una tonta.
En el sobre estaba también la tarjeta gruesa del consultorio del psicólogo con la información necesaria para asistir y una tarjeta del mismo grosor que contenían los famosos tres nombres de aquellas personas que me proponían ser una chica de compañía.
Que locura aquella.
Comencé a leer los nombres y sus números de teléfono: Jhones Davide (cuarenta y tres años) Francisca Yang (cuarenta y ocho). Fruncí el entrecejo, ¿una mujer me quería como su acompañante? ¿Qué demonios? Imposible, a mí me gustaban los hombres
Y...el último nombre me dejó consternada, ya que no esperaba tenerlo en la lista. Era el nombre de James.
James Voelk se estaba ofreciendo para que yo sea su acompañante, y junto a su nombre estaba su número de teléfono. No podía dar crédito a lo que veía.
Pasé la yema de mi dedo sobre su nombre resaltada en letras negra. Sonreí que sólo su nombre resaltaba y no el de los demás.
Sali del baño, con una propuesta en el sobre y con tanto dinero que la emoción y la adrenalina la tenía por las nubes. Sonreí con cierta melancolía al ver que podría comer ese día lo que yo quisiera.
Finalizada la charla con el psicólogo que James me había dicho que visitara, salí de allí. La cita había sido algo extraña, pero fue la típica rutina de presentación: datos personales y cómo me sentía.
Pero cuando llegué al tema de por qué había intentado suicidarme, comencé a llorar, me quebré ante el psicólogo quien asentía frente a sus lentes mientras hacía anotaciones en una libreta. Supuse que ya estaba acostumbrada a ese tipo de reacción con sus pacientes. Por suerte llevaba un pañuelo en mi pequeño bolso en donde depositar mis mocos.
Al ver que eran las diez y media de la mañana, opté por beber un café con un tostado relleno de queso en una cafetería que estaba en pleno centro de Seattle. Cuando tuve mi pedido, subí con la bandeja a la segunda planta, donde me senté junto a una ventana que daba la vista al resto de los edificios.
Mientras le daba un sorbo a mi café, saqué la tarjeta con los tres nombres que me ofrecían aquel trabajo tan peculiar (le decía trabajo porque no sabía exactamente cómo llamarlo) y me pregunté qué hacer. El dinero era tan adictivo que debía ponerme un límite.
Tenía la tentación de elegir a James porque lo conocía, me había ayudado cómo nunca antes lo había hecho alguien, pero... ¿no éramos únicamente amigos? No sabía que ocurriría con nosotros en caso de que lo eligiera a él. No sabía si aquello implicaba follar.
Al instante imágenes de la noche anterior vinieron a mi mente y un leve cosquilleo sentí en mi entrepierna, ruborizada al instante.
Marqué el número de James, sintiéndome algo nerviosa por lo de anoche y tenía miedo de que estuviera ocupado. Atendió.
—Hola.
Voz gruesa, fría y directa, así era él.
—Hola James, soy Alma—maldición, había sonado tan tímida.
Un breve silencio se estableció entre los dos. Lo oí suspirar
—No esperaba tu llamado.
—Yo tampoco esperaba llamarte.
—Bueno, iniciamos el día con algo inesperado ¿no crees, Grey?
—Lo más inesperado fue que tu nombre estuviera en la tarjeta, James —repuse, algo incomoda.
—Luego de lo que vi anoche a través de mi ventana, no he podido evitar colocar mi nombre en la tarjeta.
Me mordí el labio inferior, suprimiendo una sonrisa. Dios mío.
—No esperaba a que me vieras —me sinceré.
—Yo tampoco esperaba que te enrollaras con tu vecino.
—¿Cómo sabes que es mi vecino? —le pregunté, extrañada.
—Lo vi pasar por el pasillo de tu apartamento, no es muy complicado saberlo, Grey.
—Entonces si eres muy inteligente, seguro sabías que me enrollaba con mi vecino, no es mi complicado saberlo.
—¿Por qué me atacas? —preguntó, consternado.
—¿Y por qué no hacerlo? Luego del enfrentamiento que vivimos con tu padre te volviste distante y no me hablaste en todo el viaje a mi casa —espeté, mientras comía mi tostada rellena.
—¿No crees que estaba demasiado enojado con mi padre cómo para hablar?
—Estabas furioso con tu padre, no conmigo, James.
—Lo siento.
Largué el aliento que no sabía que estaba conteniendo. Por lo menos lo lamentaba y había sonado sincero.
—¿Dónde estás? —me preguntó, algo más tranquilo —¿Fuiste a la cita con el psicólogo? ¿Cómo ha ido?
No quería contarle por teléfono que si seguía con pensamientos suicidas sería derivada a un psiquiatra automáticamente. No quería llegar a ese extremo, así que haría lo posible por estar bien.
—Sí, y me ha hecho muy bien, lo necesitaba más de lo que pensaba. Con respecto a tu primera pregunta, estoy en la cafetería Tifanny, que está ubicada en la calle...
—Sé cuál es. No te muevas de allí, voy para allá.
Me cuelga, tomándome por sorpresa.
No sé si me encuentro con una pinta adecuada para la situación, mierda. Llevaba una camiseta oscura con unas converce rojas y unos vaqueros azules. Saco mi espejo de mano del bolso de mano que tengo para lograr ver la imagen actual que llevo. Pongo unos mechones rebeldes por detrás de mi oreja y retoco mi labial rosa. Debo estar presentable. James siempre está de esa forma.
Creo que hablaríamos acerca de su inesperada propuesta. No sabía si aceptar o no ser su chica de compañía. Estaba demasiado nerviosa. Debía calmarme.
Pasaron exactamente unos treinta minutos cuando lo vi subir las escaleras, con una bandeja en sus manos con un desayuno. Me miró. Lo miré. Una sonrisa floreció de sus labios y eso fue contagioso, haciendo que yo sonría también. Fue cómo si la situación de la noche anterior no hubiese pasado jamás y volviéramos a estar cómo antes.
Había conocido a James con ropa que solo la gente solía usar en su casa; cómoda y fresca, pero ahora debía verlo con una apariencia que involucraba trajes costosos y que le quedaban tan bien. Dios mío, que guapo era. Lo que más me atraía era su cabello pelirrojo y su rostro salpicado de pecas.
Se acercó a mi mesa, dejando la bandeja sobre ella.
—Salí un momento de mi trabajo para desayunar contigo —fue lo primero que dijo, sentandosé —. Te sienta muy bien los labiales rosas.
—Gracias —murmuré, algo vergonzosa por su comentario.
—No tengo demasiado tiempo, así que iré al grano—dijo, poniéndose serio—. Tengo la ventaja de estar frente a frente contigo en vez de las personas que se han interesado también en ti. Así que seré claro, Alma. Te propongo que seas mi chica de compañía para mis momentos de soledad.
Se me fue el apetito al ver sus intensos ojos color caramelo mirando a los míos, se inclinó sobre la mesa apoyando sus preciosos labios contra su puño cerrado, esperando a que diga algo.
—Toda buena propuesta tiene sus lados malos…¿cuáles son los tuyos, James?
Se aclaró la garganta, apartando la mirada.
—La exclusividad de tu compañía.
—¿Tú tendrás exclusividad conmigo?
—¿Perdona?
—Tengo el mismo derecho que tú a follar con quién se me antoje ¿no crees?
La situación se había puesto más tensa de lo que parecía, ahora se trataba de una negociación que dependía de mi futuro.
—No creí que fueras tan imposible ante estos términos—se sinceró, ocultando su sorpresa—. Mi respuesta es no.
—Veré otras ofertas entonces, gracias. Me sorprende que elijas este estilo de vida sólo porque tus padres lo han elegido.
Tomé mi bolso con la intención de marcharme. Pero en cuanto apoyé la mano en la mesa en un descuido, James la tomó con delicadeza, haciendo que cada parte de mi cuerpo se sintiera cómo gelatina.
—Pídeme otra cosa, porque no sé si seré capaz de controlar mi estado sentimental. Soy soltero, tengo la suerte de tener a las chicas que yo quiera y tú me lo estás siendo muy difícil, Grey —espetó, disgustado —. Con respecto a las elecciones familiares, no pretendo que profundicemos sobre ello, yo puedo hacer lo que quiera, cuando quiera y sin darles explicaciones a nadie.
—Me parece perfecto, James. Aunque hay algo que sí tengo en claro, es que yo también soy capaz de tener en la palma de mi mano a cualquier hombre que desee—le dije, con una arrogancia que no era propia de mí.
Se le tensó la mandíbula y me fulminó con la mirada.
—Bien—masculló—. Nada de exclusividad, pero debo tener el tiempo que yo desee con relación a tu compañía.
Sonreí con malicia. Nos estábamos entendiendo. Si James podía acostarse con las mujeres que él desee, yo también.
—Eres mi primera chica de compañía, así que eres prácticamente un conejillo de indias para mí—me dijo, con desdén.
—Eres mi primer cliente, así que algo tenemos en común —le dije, haciendo el mismo gesto que él con la mano.
—¿Realmente te interesa meterte en este mundo, Alma?—se escandalizó.
—Cuando se trata de mi futuro y de poder seguir adelante, siempre me interesara—le dije—. Busco que alguien costee una universidad para mí, ya que sólo quiero hacer eso, estudiar y salir adelante como una profesional.
Me miró, impactado y luego de un rato, asintió con lentitud.
—Te propongo una cosa—su semblante se puso serio nuevamente, esperando a que lo soltara de una vez.
—Soy toda oídos.
—Costearé la universidad que tú escojas. La que sea, pero tú deberás darme la exclusividad que yo decida durante un año. No follaras con nadie.
Lo miré, pensativa.
—Lo que sea con total de ser alguien en la vida—acepté finalmente.
Una sonrisa picara floreció de sus labios y me guiñó un ojo, satisfecho.
—¿Qué pasaría si yo follo con alguien?—me atreví a preguntar.
Su felicidad duró poco, ya que su gesto se volvió a oscurecer.
—Se romperá todo tipo de vinculo—soltó, fríamente.
Me gustaba hacer parecer que era una chica deseada por otros hombres con total de verle la cara de enfado. Debía admitir que ni las moscas se atrevían a tocarme, pero eso sólo lo dejaría para mí.
—La exclusividad sólo contará para ti y no para mí—recalcó.
—Me importa un bledo tu vida sexual, James—puse los ojos en blanco.
—Por algo planteaste que querías que cortará toda relación con las mujeres—soltó, mordaz.
Lo miré con mala cara.
—Prefiero la igualdad, no tu estupidez. Pero si es por un año lo soportaré. Mejor dicho, te soportaré.
Se inclinó sobre la mesa, acercando sus labios a mi oreja y provocando que un fuerte escalofrío recorra mi cuello. Y sin que lo esperara, me susurró:
—Voy a ocuparme de que no pienses en ningún otro hombre que no sea yo.