Con justo tiempo ya voy en camino a la casa de Matthew para cenar juntos antes de que nos prohíban vernos por algo cercano llamado "boda". Los últimos días han pasado volando, desapercibidos para la vida de cada uno de nuestros seres queridos que nos rodean más últimamente. George y Emma han salido a cenar con los señores Carter. Los cuatro se llevan muy bien y aunque mamá y papá estén separados, su actitud entre ellos es de una muy buena amistad. Cuando se divorciaron jamás hubo problemas legales o algo relacionado con detenciones policiacas; fue una separación tranquila y sana para nuestra pequeña familia.
La ansiedad me carcome por el día de mañana, hablando en específico, quiero que ya sea mañana. Y no me refiero a la irritante y estúpida fiesta de despedida de solteras que completamente innecesaria, sino porque Evangeline al fin me quitará la férula. ¡Goodbye! Tanta felicidad combinada con la poca adrenalina que poco a poco empieza a despertarse en mí y hace que me quiera sentir una loca de remate.
Respecto a Alexander Grant, no ha ido por lo de su "supuesto libro", y eso me hace sentir más tranquila y cómoda. Su actitud la última vez que nos visitó a Hachette no fue de lo más agradable que digamos. Rachel me contó que el sujeto la observaba muy de cerca, espiando algo así sus agendas. Ella de mala gana se retiró a la biblioteca por un café. Desde entonces, no se han registrado sus visitas, gracias a todos los cielos.
Entro en el estacionamiento del Tribeca Tower y para mi fortuna convencí a Charles de dejarme manejar mi Thunderbird. Debo admitir algo, es muy buen guardaespaldas y hemos logrado conversar cosas interesantes ambos, como si fuéramos buenos amigos de hace años. Aparco el auto y rápidamente él sale a abrirme la puerta.
—Gracias, Charles—sonrío.
Me da la mano y me ayuda a salir con cuidado. La férula me empieza a pesar más, como una dura piedra que va conmigo a todos lados.
— ¿Quieres que te dé la noche libre? —Le pregunto de manera amigable.
Abre mucho los ojos.
—Pero, señorita Reed... Sólo me puede dar la noche libre los fines de semana.
Frunzo los labios.
—Lo sé—murmuro—, pero sé que tienes una familia a quienes les encantaría que fueras a cenar con ellos.
Parece vagamente confundido. Ya lo sé que mi repentina entrada de generosidad es rara, pero no quiero que siempre se sienta atado a estar persiguiendo a una chica ingenua, y muchas veces boba. Espero una respuesta cerrada.
—Pero el señor Evans...
¡Nah! Incorrecto.
—No te preocupes, lo comprenderá. Yo hablo con él.
Sonríe, más tranquilo.
—Muchas gracias, señorita.
Se da la media vuelta y sale hacia el vestíbulo. Aun me pregunto si Patrick tendrá familia. Camino también hacia el vestíbulo, muy bien iluminado y un poco lleno de personas que conversan alegremente mientras beben vino en sus copas. Me dirijo al ascensor, con la mirada baja a mis pies—y maldiciendo la maldita férula—, viendo como camino mejor. De pronto, choco con alguien.
Choco con Matthew.
—Hola—siento como mi corazón incrementa su ritmo, golpeando cariñosamente mi pecho por encontrarme con el amor de mi vida.
Él se inclina un poco para besarme con especial cariño. Me toma por la cintura y no se aparta de nuestro beso.
— ¿Y Charles? —murmura cerca de mis labios.
¿Se irritará...? No lo creo, además, él es mi guardaespaldas y será mejor que le aclaré lo que hice. Me aparto de su beso para poder ver mejor su expresión que lleva en estos momentos. Es dulce y tierna.
—Le di la noche libre.
Frunce el entrecejo, pero no parece estar molesto.
—Quería cenar con su familia—añado.
Me acaricia la mejilla con el suave dorso de sus nudillos y me sonríe de oreja a oreja. Uf, con eso ya morí al instante.
—Eres muy buena—susurra.
—Bueno, eh... ¿Qué hacías aquí abajo?
—Venía a buscarte.
Le doy otro pequeño beso apenas rozando la comisura de sus labios y continúo caminando hacia el ascensor, pero antes de que pueda llamarlo, me detiene por el brazo.
—Vamos a salir, Elizabeth.
Pero claramente dijo que cenaríamos en su casa, ¿también le daría la noche libre a Claire? No lo creo, además aquí viene Patrick con nosotros.
— ¿Salir? —arrugo la frente—. Pero yo quería cenar aquí, viendo el maratón de peliculas de Tim Burton.
Ríe divertido. Su dedo indice le da un pequeño golpecito a mi nariz. Sus ojos extremadamente azules me miran tierno.
—Oh vamos, Manhattan de noche es muy bueno.
Asiento dándole la razón.
— ¿En qué auto quiere que los lleve, señor? —pregunta Patrick.
Matthew me mira detenidamente para después sonreírme y luego sonreírle a Patrick. Nunca lo había visto hacer eso. Patrick y yo intercambiamos miradas de pánico, con una chispa de diversión.
—Patrick, quiero que nos lleves al restaurante y cuando lo hagas, podrás tener toda la noche libre.
Lo dice como si fuera un reto difícil.
—Eh, gracias, señor—Patrick parece perdido, pero alegre por las palabras de mi novio.
—Por favor, llévanos en el Ford taurus y cuando nos dejes, llévatelo tu.
¿Qué rayos? Si vamos a ir muy lejos, ¿cómo regresaremos? Tal vez quiere comenzar a utilizar el autobús o el tren subterráneo. No me quejo.
—Está bien, señor.
Patrick se da la vuelta y camina al estacionamiento sin decirnos nada más. Me cruzo de brazos, con expresión divertida y espero a que Matthew reaccione. Cuando por fin me mira, me da un beso fugaz.
—Muy bien, señor Evans. —Le guiño un ojo.
—Hoy es día de las noches libres—me besa la frente—. Además, supongo que mañana tenemos muchas cosas por hacer.
¿Lo dice por las fiestas de despedida de solteros o porque por fin me quitan la férula? Bueno, creo que es por todo eso. Argg, las fiestas, tenía que recordarlas. Sacudo la cabeza y pongo los ojos en blanco.
— ¿Qué tienes planeado hoy? —le pregunto, coqueta.
La sonrisa de Matthew se expande.
—Bueno, iremos a cenar al W New York, para después llevarte a ver tu regalo de bodas.
—Espera, ¿qué?
—Tu regalo.
Alzo una ceja.
— ¿Regalo? —pregunto perpleja—. ¿Por qué un regalo? No es necesario nada material.
—Shht—me besa la mejilla—. Yo quiero regalarte algo.
—No, devuelve eso.
—No, no lo haré.
—Me conformo con un beso tuyo.
—No cuenta.
—¿Qué? —Suelto un montón de aire retenido—. No lo hagas.
—Demasiado tarde—le da un besito a la punta de mi nariz.
Parezco retrasada mental repitiendo casi todo lo que dije anteriormente. Es que no me capta la idea principal en mi cerebro de lo que me está diciendo. ¡Por qué...! Muevo mis manos, desesperada por creer que eso es falso.
— ¿Regalo? —Repito como idiota.
—Eso dije.
—No, no, no es necesario—me recojo un mechón de pelo detrás de la oreja—. Aunque, si un es un libro, no me quejo.
—No, no es un libro.
Las aletas de mi nariz se expanden.
—No es necesario, regrese ese regalo.
—No lo puedo regresar—comienza a reírse—. No es un delito regalarte algo. Regalarle algo a mi futura esposa.
No, claro que no es un delito en nuestro actual sistema político, pero en el sistema político de Elizabeth Reed, es más que... No tengo idea. Concebir la idea de que es necesario un regalo material, palpable, no me deja tranquila. Soy ese tipo de persona que siente más satisfacción regalando, que recibiendo. Mi regalo es tenerlo para siempre a mi lado. Las pocas personas que están en el vestíbulo nos miran discretamente, disimulando sonrisas o estar hablando de nosotros. Aprieto fuerte la mano de Matthew y lo guío para salir de ahí. Patrick ya nos espera en el auto.
—En serio, no tienes que regalarme nada, yo ni siquiera...—me callo.
— ¿Qué, Elizabeth?
—Yo nunca te he regalado nada—murmuro y añado—: Tú lo tienes todo y sería algo patético si intentará regalarte algo, porque tal vez sea muy poco para ti.
Respira hondo.
—No es verdad, me regalaste el Empire State de versión Lego, ¿recuerdas que lo tengo en mi oficina? Lo construí en menos de un día... Nena, no lo tengo todo. Me haces falta tú, todos los días de mi vida que me acompañes y además, un perfecto regalo que me puedes dar es casarte conmigo, no te preocupes.
Se me eriza el vello de la cierta emoción que siento cuando él dice eso. Creo que, aun así, yo debo comprarle un regalo, no importa que sea pequeño—la intensión es lo que cuenta—, y para quitarme esas ideas tontas que dije anteriormente.
—Vamos, entra al auto.