"Happy Birthday to you.
Happy Birthday to you.
Happy Birthday dear Elizabeth.
Happy Birthdat to you.
From good friends and true.
From old friends and new.
May good luck go with you.
And happiness too..."
Es la segunda vez que me cantan la canción de cumpleaños en el transcurso del día. Suelto algunas lágrimas mientras todos se acercan a abrazarme. Matthew saca un pequeño pañuelo y me lo entrega.
—Ayy, chicos—sollozo.
Todo lo que han hecho por mí me hace llorar más de la felicidad: nos acompañan en Alberta Canadá, me hacen una mini fiesta en un bar llamado Hooligans Night Club y no sé qué más tengan bajo la manga.
—Veintidós años, Eli—me abraza Emma.
Miranda me pone un gorrito de fiesta y me lanzan confeti aun animándome. Volvemos a tomar asiento intercambiando argumentos y terminando nuestra cena. Todos están alegres—igual que yo—; de música de fondo comienza "Everything has changed" de Taylor Swift. La noche es fría, sí, pero estando todos reunidos en nuestro propio espacio de familia es más que suficiente.
—Así que ya eres editora—dice Matthew con voz fuerte y clara llamando la atención de todos.
— ¡Editora! ¡Oh, por Dios! —dice Emma bastante abrumada.
Evangeline me toma de la mano y riendo a carcajadas se unen a una conversación llena de risas.
—Sí, soy la nueva editora de Hachette Book. A mi jefe lo trasladaron a Washington.
George está encantado con la noticia, tanto que no deja de golpear la mesa y sonreír. Daniel también le sigue el paso mientras Steve, Lorraine y Miranda disimulan bailar en sus asientos con la música.
— ¿Estás cansada? —me susurra Matthew.
—No, aun no.
Quisiera que ya estuviéramos solos en nuestro dormitorio, en nuestra total privacidad de mujer y marido. El bar no se llena completamente y al menos los canadienses son más respetuosos y sanos con sus fiestas de libertinaje. Ya casi es media noche y seguimos aquí, contando anécdotas divertidas de nuestro trabajo.
— ¿Cuándo vienen los bebés en camino? —Nos pregunta Evangeline.
Todos se quedan callados—incluso la música ya se acabó— creando ese incomodo ambiente del que creíamos algo íntimo. Siento un cosquilleo por la nuca y mis manos comienzan a sudar.
—Bueno...
Nos siguen observando impacientemente por una respuesta. Qué decir de la expresión de Lorraine, ella está desesperada y mordiendo el borde del vaso de refresco.
—Aún es muy pronto para nosotros, mamá—contesta Matthew sin darle más rodeos.
— ¿Pronto? —repone Daniel.
¿Y si mejor cambiamos de tema?
—Y tiene razón—comienza mamá—. Hay mucho tiempo para que tengan los hijos que quieran.
Comienzan todos—a excepción de nosotros—, una conversación bastante abierta.
—Iré al baño.
Todos me miran mientras me dirijo a los sanitarios del bar. Es extraño que este solo, al menos debo agradecer que puedo estar sola conmigo misma por unos momentos. Mis pensamientos y yo. Me lavo las manos y me miro en el espejo. Mejillas rosadas, ojos azules demasiado azules y los labios con un ligero toque de rojo poco común en mí. Quiero desechar la pregunta que me está llegando.
«No seré buen padre» «Los hijos son un problema». Bien, comprendo lo de "no seré buen padre", pero cualquiera sabe que para un padre primerizo es el mismo dilema. Ya no pensaré en eso, me está provocando nauseas.
—Elizabeth.
—Baño de mujeres, señor Evans—le recuerdo. Lo intento empujar al exterior.
— ¿Te sientes mal?
Ignoro su pregunta.
—Sí alguien te ve aquí, tendrás problemas.
Mi subconsciente por unos momentos ignora el libro que estaba leyendo para ponernos atención.
—Elizabeth—se acerca—. Sé que te sentiste incomoda con aquel tema y yo también, pero mejor hay que dejarlo a un lado.
—Si, ya no importa.
Alza ambas cejas.
—Bueno, tenemos que regresar a casa.
Ya veo porque dicen que los primeros meses del matrimonio son los que más se dificultan. Debo respetar las decisiones de mi esposo, debo tener clara esa idea.
Cuando vamos en el auto, soy la única que me mantengo callada.
—Elizabeth—me llama mamá.
Quito mi vista de la atención de la ventanilla.
— ¿Si? —sonrío.
— ¿Te sientes bien? Te veo un poco extraña.
— ¿Por qué lo dices?
—No luces feliz—hace una pequeña mueca.
Matthew está a mi lado, pero no sé cómo este reaccionando ante esto.
—Estoy muy feliz—esbozo una sonrisa tímida—, solo tengo un poco de frío.
Los ojos cálidos de Emma me miran como tratando de decir "te conozco, hija, hay algo que escondes", pero no logra seguir conversando. Recargo mi cabeza contra el hombro de Matthew, descansando y dejando a un lado el cansancio que me está llegando.
El teléfono de alguien comienza a sonar. Es el de Miranda, con un curioso tono de Nickie Minaj. Cuando lo saca, abre los ojos como platos al ver el número.
—Hola—contesta nerviosa.
Todos en la camioneta la observamos.
—Oh, estoy con mi hermano y Elizabeth en Canadá. Toda nuestra familia en pocas palabras. Claro claro—dice rápidamente—. El jueves por la noche nos podemos ver. Si, en esta semana. Bye.
— ¿Quién era? —inquiere rápidamente Matthew.
Le doy un leve codazo.
—Demholm Sanders. ¿Por qué la pregunta?
Matthew se tensa.
— ¿Mi socio? —Pregunta perplejo.
Miranda asiente.
— ¿Y qué quería?
Y aquí viene el hermano sobreprotector.
—Una cena de negocios. Ahora por favor, olvídalo.
—Tiene razón—le doy la palabra.
Matthew me mira de reojo.
—Es en serio—me incorporo para mirarlo mejor—. A las mujeres no les gusta que su hermano mayor las sobreproteja, aunque sólo sea por trabajo.
Miranda levanta la barbilla, orgullosa.
—Pero es mi socio—insiste.
—Tontillo, quiere que le ayude con la decoración de su oficina.
Todos nos reímos, incluso él, pero con cierto nerviosismo al hacerlo. Sé que no es una simple decoración, se presiente a simple vista y en el ligero rubor en sus mejillas. Evangeline comienza con un leve relato de cuando conoció a Daniel... Todos los encuentros de primera vez son penosos.
Al llegar a casa, todos han corrido a la sala y Matthew lleva una delatante sonrisa bobalicona.
— ¡Feliz cumpleaños! —regresan todos con una caja de regalo en manos de cada uno de ellos.
—Oh, no, en serio, no es necesario—me aferro al brazo de Matthew escondiendo mi rostro.
—Querida, es tu cumpleaños y te mereces lo mejor—me dice con voz maternal Evangeline.
Regreso mi vista a ellos. Algunos tienen cajas grandes, otras pequeñas y no dejan de sonreír. Cualquiera que los viera, diría que dan cierto miedo.
—Gracias—comienzo a llorar. Por décima vez.
Uno por uno, se acercan, me abrazan y me entregan su obsequio. Mamá me besa en ambas mejillas y me ayuda a limpiarme las lágrimas derramadas.
—Mi niña—me susurra antes de irse.
Y al fin todos terminan con su ritual de entregar regalos y hacer llorar a Elizabeth.
—Dulces sueños—nos desea Miranda en nombre de todos y suben escaleras arriba, dejándome a solas con mi esposo en el bonito salón. Me giro para mirarlo y sin poder contenerme, suelto más lágrimas.
—Oh, nena—me quita las cajas y las deja en el piso para poder abrazarme.
—Gracias, gracias—hundo mi cara en su pecho.
—No llores, me haces pensar que no eres feliz.
Levanto la vista y me río.
— ¡No! —exclamo riendo—. Este es el mejor cumpleaños que he tenido en toda mi vida.
Su rostro se ilumina de felicidad.
—Gracias—lo abrazo más fuerte, estrujándolo muy bien.
—Supongo que ya debes estar cansada—su mano acaricia mi espalda.
Niego con la cabeza.
—Bueno, entonces—toma las cajas del suelo—, vamos a nuestra habitación.
¿Debería abstenerme de tener malos pensamientos? Sus palabras tienen tantos sentidos... Lo sigo hacia las escaleras saltando levemente como si estuviera jugando con él. No estoy cansada, o al menos eso parece. Llegamos a nuestra suite matrimonial y al instante se me despiertan alocadamente las hormonas. Matthew deja las cajas sobre la cama y yo inmediatamente subo a verlos.
—De... Miranda—observo la etiqueta de una caja rosa.
—Ocúpate de ellos, yo necesito ir al baño.
Y entra al baño. Una necesidad imperiosa, eh, dice picara mi subconsciente. Abro el regalo de Miranda y me encuentro con un hermoso vestido color miel con un simple y coqueto cinturón negro. Adentro viene una tarjeta de felicitación.
"Elizabeth Evans, ¡wow!, eres ya como mi hermana. Me alegra que por fin cumplas veintidós años, eres una chica hermosa y muy alegre, la cual te mereces el mejor de los regalos. Espero que te guste el vestido, es parte de mis mejores deseos.
P.D: Espero pronto poder convertirme en la tía Miranda.
Xoxo Casi tú hermana.
No puedo evitar reír, me tapo la boca y guardo el regalo.
— ¿Puedo ayudarte? —sale Matthew del baño... Sin camisa.
Me quedo como idiota mirándolo, sus músculos tan bien definidos, umm... Sacudo la cabeza, volviendo a la realidad de que mi cerebro entro en un trance de emoción bastante ridícula.
—Claro, con tal de que no te burles de los regalos—bromeo.
Alza las cejas sonriendo encantadoramente.
—No me atrevería.
Sube a mi lado.
—Miranda me regalo un vestido—murmuro un poco distraída.
— ¿Sólo eso?
—También una tarjeta de felicitación.
Él toma una caja lila.
—Evangeline Evans—leemos al mismo tiempo la tarjetita del remitente.
Durante varios minutos compartimos juntos destapar y desenvolver los regalos. Todos han sido muy lindos y por primera vez, Lorraine no me regalo algo fuera de lugar. Faltan veinte minutos para que sea la una de la mañana y no me canso de platicar y platicar con Matthew.
—Listo—me acuesto mirando el techo.
—Aún no hemos acabado.
— ¿No? —me enderezo un poco.
—No—repite y sale de la cama—. Falta mi regalo.
— ¿Qué no mi regalo era este viaje a Alberta y una hermosa y emotiva reunión familiar?
—No.
—No más regalos, por favor—pataleo en la cama como niña pequeña.
— ¿Acaso eres alérgica a los regalos? —me mira a través de su hombro y comienza a buscar algo en su armario.
—No, pero creo que es mejor dar que recibir...
Aquí ya comienza a sentirse más fe intenso frío de la noche, y eso que mi pijama es el doble de calientita que lo normal que uso en Manhattan.
—Esto es especial—dice nervioso.
Viene acá con una caja grande, amarilla y otra pequeña, en color rojo. Sube y se sienta frente a mi colocando la caja grande entre nosotros.
—Ábrela—esboza una sonrisa perfecta.
—No debiste—quiero volver a llorar.
—Ábrela, sé que te gustará.
Desamarro el listón de seda y con temor levanto la tapa. La parte superior está cubierta con papel burbuja y en cuanto la levanto lo primero que veo es el título en cursiva de un libro. "Romeo y Julieta".
— ¡Oh! —logro articular.
Saco el libro envuelto en una fina capa de plástico evitando que se maltrate. Vuelvo a leer el título y me encuentro con que es de ¡1795!
— ¡Oh, Dios! —digo shockeada.
— ¿Te gusta? —Saca más libros—. Uno es de Jane Austen, Mansfield Park de 1894 y estos son Macbeth y el Rey Lear, el más antiguo es el que tienes en tus manos, sé que no son del año exacto de su publicación, pero son cercanos.
— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo lograste...?!
—Los pusieron en venta en el museo británico. No podía perder la oportunidad.
— ¡Debieron costarte una fortuna! —no puedo esconder la emoción en mi voz.
—Eso es lo de menos—me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja.
Macbeth es de 1800 y el Rey Lear de 1832. Por Dios, son manuscritos originales de esos años y según estudie sobre Shakespeare, en esas épocas solo sacaron algunas cuantas copias debido a los robos y destrozos de las obras.
—Matthew—lloro de nueva cuenta.
Guardo los libros en la caja y me acerco para abrazarlo.
—Feliz cumpleaños, amor, pero aún falta un regalo más.
— ¿Otro? —frunzo el ceño.
—Toma—me da la caja.
Es un poco pequeña pero no tanto para decir que no es un regalo. Cuando la abro me encuentro con una gorra de béisbol... ¡autografiada por Babe Ruth!
— ¡Ahh! —exclamo maravillada.
—Babe Ruth, el mejor jugador que tuvieron los Yankees de Nueva York.
— ¿Por qué te molestas haciendo esto?
— ¿Acaso no puedo hacer a mi esposa feliz con regalos especiales? —inquiere con dulzura.
—Me conformo con un abrazo.
El mismo saca una mini cajita de color azul oscuro metálico, forrada de fino terciopelo.
—Una más y listo—me lo entrega en la mano.
Lo fulmino con la mirada tratando de decirle «¿Es en serio?». Suspiro profundamente y lo abro. Me encuentro con un dije de corazón de oro blanco, con una serie de dos piedras preciosas de diamantes y otras dos de diamantes negros.
—Es un collar—me ayuda a sacarlo—. También se abre.
Tomo el dije entre mis manos y abro con cuidado el corazón. Una E y una M entrelazadas resaltando en color dorado.
—Oh, Matthew—murmuro.
—Desde hace mucho nuestras vidas estaban unidas.
En la parte de la tapa de la caja, despega una tarjeta y me la entrega. Es una tarjeta de papel grueso de marfil, doblado en dos y con la frase "feliz cumpleaños" en cursiva muy bonita. La abro—por poco lastimándome la mano afectada—, hasta que logro ver lo que dice dentro:
"Tú me hiciste creer en el amor. En nuestro amor. Tu primer cumpleaños a mi lado, hare siempre que seas feliz".
Tu amor, Matthew Evans.
Y una vez más lloro de pura felicidad. Con una sola mano guardo todo y dejo los regalos sobre el tocador. Sorbo por la nariz y me limpio las lágrimas. Regreso a la cama y me lanzo a sus brazos, abrazándolo con todo el amor y emoción que llevo.
—Te amo, te amo muchísimo—murmuro.
—Eres la luz de mi vida, no sé qué sería de mí sin ti.
Sonrío entre algunas lágrimas más. Tomo su rostro entre mis manos (no haciendo tanta fuerza con una de ellas) y lo beso, lo beso en sus suaves y dulces labios. Él lleva sus manos directo a mis caderas y me acuesta bajo a él. Me separa las piernas con las suyas y se inclina para volver a besarme. Una de sus manos recorre tentadoramente mi muslo.
— ¿Un regalo más? —jadea con una sonrisa victoriosa.
¡Nada de cansancio! ¡Lo deseo ahora!
—Por favor—digo, casi como suplicando.
Me aferro a sus brazos y antes de continuar, besa la punta de mi nariz y la roza con la suya.