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Capítulo 7

Recuerdo cuando iba en la primaria; era mi cumpleaños, estaba en la cafetería con mi amiga Bonnie (se fue a Europa a estudiar gastronomía), el caso es que un niño me reto a comerme unos M&M's que estaban en el suelo y sí me negaba, haría que todos en la escuela se burlaran y me llamaran "gallina Reed".

—Hazlo, o ya sabes las consecuencias—me dijo con toda su saliva por la cara.

No sabía que era más asqueroso, sí su cara o los dulces en un lugar prohibido para comer. Tenía ocho... Y no me agradaba ese niño que babeaba cada vez que hablaba. A esa edad, muchos de mis compañeros eran un poco retrasados.

—Bien—dije y me agaché a recoger una luneta de color rojo.

Me la comí sin problema y exigí—aparte de no humillarme—, cinco dólares. Ese día me enferme del estómago, pero valió la pena ganarme ese dinero.

—Elizabeth, nena, ya llegamos—Matthew me toma por la barbilla para mirarme.

—Eh, sí. Lo siento, estaba recordando algo.

Salimos del auto, mirando hacia la montaña Fortress, en donde esquiaremos. Mis piernas tiemblan un poco, pero el frío al menos es soportable.

Entramos a la tienda de renta de esquíes, Matthew trae los suyos propios, pero nosotros no.

— ¿Quieres esos morados? —apunta con la mano.

—Están lindos.

—Los compraré—los toma del mostrador y se dirige a la caja registradora.

—Espera, ¿comprar? —lo detengo.

—Si—sonríe.

Lorraine y Steve no dejan de tomarse fotos, Miranda está coqueteando con un chico... Me alegro por ella.

— ¡Ay, amiga! Tu esposo fue muy gentil en invitarnos—Carter llega a mi lado tratando de tomarnos una foto discretamente, pero logro apartarme a tiempo.

—Ustedes son parte de la familia.

—Matthew dijo que tal vez mañana vamos a jugar golf—me dice Steve muy emocionado de la idea.

Son buenos amigos, nunca he visto a Matthew con más amistades o compañeros; si acaso con su socio Denholm, pero no con más. La señorita que lo está atendiendo en la caja registradora parece un tanto impresionada por él, y agradezco no tener celos.

La nieve ya brilla por el poco esplendor del sol entre las nubosidades del cielo. Ya hemos ajustado los esquíes y es muy difícil caminar con ellos y no lo digo solo por lo resbaloso de la nieve, sino porque caminamos como patos con las patas chuecas.

—Steve, ¡piensa rápido! —Matthew toma un gran puño de nieve y se lo lanza directo al pecho.

— ¿Cómo querías qué pensará rápido si no es una pelota? —Replica él de manera graciosa.

Suelto una risotada, al igual que Miranda y Lorraine.

—Esquivando, Steve, esquivando.

Él también reacciona y comienza a hacer una bola de nieve. Un gran proyectil de nieve. Lorraine, Miranda y yo miramos como tontas la guerra. De pronto, una gran cantidad de nieve se impacta contra mi cara.

—Ja ja ja, bien hecho, amor—lo apoya Lorraine.

Me limpio los restos de la cara, riendo con cierta furia por la revancha. Tomo un poco de nieve entre mis manos y se lo lanzo a la querida señorita Carter, también directo en la cara. Y comienza la guerra.; Matthew ataca rápidamente y le cae a Miranda un poco más arriba de la frente, cubriendo su cabello.

—Hermanito, tú muy bien sabes que soy una rival difícil—lo ataca con dos proyectiles en cada mano.

Duramos como cinco minutos más luchando por ver a quién le cae más nieve. Como detrás de Steve hay un pequeño pino, da unos cuantos pasos hacia atrás y choca con el tronco y le cae toda la nieve encima.

— ¡Ja, ja, ja!—Trato de controlar mis carcajadas, mientras abrazo a mi esposo.

—Oh, ja, ja, ja, hay que ayudarlo—nos dice Miranda.

Quedo atrapado en una pequeña montaña de nieve de él mismo. Sí hubiera sido necesario, los pastores alemanes estarían buscando con vida a Steve. Contengo más risas crecientes en mí.

—Eli, ¿trajiste tu cámara? —me pregunta Lorraine.

—Sí, ¿por? —sospecho que quiere que nos tomemos fotos.

— ¡Fotos, por favor! —me ruega.

Sonrío poco convencida, pero en el fondo emocionada por los recuerdos que van a quedar de esto. Saco con muchísimo cuidado la cámara que me regalaron en mi despedida de soltera. Les indico a todos con se acomoden juntos para una foto rápida. Matthew se posiciona junto con Miranda y la pareja de las nieves de igual forma.

— ¡Salió bien! —levanto el pulgar.

—Ahora yo la tomo—se acerca Miranda y me quita la cámara. Con la mirada verde y alegre que tiene, me indica que vaya al frente con ellos.

Matthew me tiende la mano atrapándome y sin darme la oportunidad de escapar, aunque quisiera. Bueno, una foto familiar es linda. Me da un discreto azote en el trasero. Evito poner expresión ridícula. Quiero reírme.

—Hermosa foto—le manda un beso a la cámara.

No entiendo cuántas fotos más quepan en la memoria, pero tengo un buen propósito para los próximos días: llenar un álbum fotográfico con los recuerdos de los últimos meses.

Antes de subir a la pequeña montaña (digo pequeña porque por el momento la zona de descender es un poco corta), dejamos nuestras pertenencias en unos casilleros cerca de la estación de teleférico y de la tienda. Mis pies se están volviendo a congelar.

—Suban ustedes primero—nos dejan el primer asiento a mí y a Matthew.

Accedemos y yo como una niña pequeña, me toma por la cintura y me ayuda a subir al teleférico. Sube a mi lado sin problema alguno y baja la barrera de seguridad.

—Prométeme que esquiarás a baja velocidad—toma mi mano y la envuelve con la suya.

Pero sí apenas voy a aprender...

—Sí, pero antes necesito una buena explicación de estas cosas estorbosas—alzo un pie.

Tomamos más alturas, ya casi llegando al final del recorrido.

—Bien, primero comenzarás a moverte lentamente con los palos de esquí, si quieres parar, solo encájalos fuerte en la nieve y para reducir la velocidad pones un pie más adelante del otro, como si fueras a interponerlo un poco con el otro.

Suena fácil, pero ya lo veremos cuando este en acción.

Lorraine me dijo que desde niña iba a Aspen o a Alaska, para esquiar con sus padres. Ella no tiene el problema de ser regañada durante su aprendizaje. Me siento una gallina sin plumas, no creo poder hacerlo, me parece mejor que me acueste en la línea de salida y baje como un tronco girando. Miro a través de mi hombro a Miranda, quien comparte una curiosa conversación con una niña. Cuando llegamos, la nieve aquí arriba es más profunda y se siente como se hunden más los pies. Creo que, en vez de caminar, marcho para poder desenterrar los pies del suelo. Nos acercamos a una zona dispuesta por 4 caminos y rutas diferentes y están clasificadas así: Oso polar, expertos; Cold N' Hot, intermedios; Jeti, medios; Aurora Boreal para novatos y principiantes. Miranda pasa a toda velocidad al carril de Jeti y baja con intrepidez.

—Aurora boreal, nena—me vuelve a azotar el trasero.

¿Ahora que trae contra mí? ¿Acaso es el día nacional de azotar el trasero de Elizabeth? Lleva una estúpida pero hermosa sonrisa en el rostro.

— ¿Recuerdas lo que te dije?

Asiento.

—Tú primero, así podre vigilarte.

Estoy al borde de la bajada a la montaña. Matthew me entrega mis palos de esquí.

—Sí no quieres ir muy veloz, recuerda lo que te dije—suena nervioso—. Colócate los visores—él mismo lo hace.

Trago saliva. Esto es muy nuevo para mí, no es tratar de cantar una canción o preparar un pastel, es saber mantener la velocidad adecuada, en una montaña nevada. Bien, nada me impide realizarlo, soy valiente si así lo creo. Me impulso con los palos de esquí y comienzo con mi nueva "aventura". Mi respiración apenas puede ser normal, el choque del aire frío en mi cara hace que sienta cierto pánico, pero la excitación es mayor. ¡Yahoo!, me felicita mi subconsciente, como una animada porrista. Creo que voy muy rápido, pero aún no pondré la técnica que me dijeron. Abajo, todo luce miniatura y borroso. No sé si Matthew me esté siguiendo, pero me siento en libertad. Sin querer vuelvo a impulsarme con los palos. Me inclino mucho, mi espalda se encorva, trato de detenerme, pero caigo directo contra la nieve. Me lastimo una mano y cuando vuelvo a abrir los ojos, todo está en blanco.

Genial, estoy enterrada en la nieve. Trato de excavar por la gruesa capa blanca, pero mi mano me lo impide. Estoy a escasos centímetros de la superficie. Pánico, pánico. ¿Qué hago? ¿Me verán? Estoy en mi auto avalancha.

— ¡Elizabeth! —grita Matthew.

— ¡Aquí! —levanto y saco una mano.

¿Y si me quedo aquí? No debo ser estúpida, como me van a dejar aquí. La nieve me asfixia o tal vez sea de mi imaginación estos horribles síntomas. Mi ropa ya se enfrió.

— ¿Elizabeth? —se oye más cerca.

—Aquí—digo con todas mis fuerzas.

La nieve es tan pesada y eso que solo es agua en otro estado. Una mano toma la mía y me jala para sacarme. ¡Au!, me lastima.

—Oh, Elizabeth.

Ya casi salgo. Pone toda su fuerza y me libera, de inmediato me recuesta a un lado.

—Estoy bien—digo con los ojos cerrados.

—Maldita sea, Elizabeth—dice alterado—. ¿Por qué fuiste tan rápido?

—Me equivoque—balbuceo.

Me toma por la mano, volviéndome a lastimar.

— ¡Ahh! —grito.

— ¿Te lastimaste? —se agacha rápido para examinarme.

—Creo—me encojo de hombros.

Mi mano está palpitando mucho y creo que se está hinchando.

—Bueno, te presento tu primera experiencia esquiando.

Ahogo una risa.

—Espectacular, de esta forma es como yo recibo mi año número 22. Va a ser inolvidable sí es que me fracturé la muñeca.

—Espero que no—me lanza una mirada llena de agobio—. Tendríamos que regresar y posponer tu cumpleaños.

—No creo que me haya fracturado, sólo cuando la toco duele...

Me toma por la otra mano e ignora mi argumento. ¡Vaya!, ya perdí los palos de esquí, sabrá donde.

—Déjame volver a verla—toma mi mano izquierda.

La toca con delicadeza, buscando algo. Me molesta un poco.

—Creo que te la esguinzaste.

¡Auch! No quiero ni pensarlo.

—Vamos abajo, podemos caminar.

Tiene razón en cuanto a lo de caminar, pero lo más probable de esta bajada de la colina es que si tropiezas no podrás volver a ponerte de pie. Si tengo miedo. Aunque Matthew vaya adelante, tengo miedo de tropezar con mis propios pies y los esquíes. Mi mano se está hinchando más, pero puedo moverla.

—Ya casi—me avisa.

Mi primer aprendizaje en el esquí de nieve: no te inclines demasiado, pensando que puedes volar. Matthew me mira a través de su hombro y abre mucho los ojos al ver algo más allá de mí.

— ¡Elizabeth! —exclama ruidosamente.

Miro detrás de mí y visualizo a un loco esquiador más rápido que... Que un auto. Pronto, siento que Matthew corre a mi lado y me empuja bruscamente al lado de la gruesa nieve. Mi cabeza se golpea levemente contra la capa blanca de fría nieve, Los dos jadeamos, mirándonos fijamente,

— ¿Estás bien? —rápidamente pasa su mano por mi rostro, quitándome los cabellos que estorban.

—Si—sonrío tratando de darle confianza.

Hunde su rostro en mi cuello, respirando y aspirando sobre mi piel. Su contacto es cálido y por unos segundos más permanece encima de mí.

—Imbécil—dice cuando se incorpora.

Lo mismo digo, aunque creo que ya se me congelo la lengua. De nuevo por la mano afectada, me ayuda a levantarme.

— ¿Cómo está la mano? —la toma.

—Un poco hinchada, pero aun no duele mucho. Supongo que si me llego a enfriar es cuando el dolor atacará.

Los ojos de Matthew están profundamente oscuros en una poco peculiar combinación, se podría decir que son casi negros. Cuando llegamos a la parte inferior de la cima, Lorraine y los demás quedan estupefactos al vernos.

— ¿Qué pasó? —pregunta Steve.

—Me caí. Pero estoy bien.

Como sí Lorraine fuera mi madre, me aparta de Matthew y con un brazo protector me lo pasa por encima de los hombros y camina rápido alejándonos de los chicos.

—Qué irresponsable—dice entre dientes.

La miro de reojo; ella mira a través de su hombro y tiene una estupenda chispa de enojo en esos ojos ámbar bastante abiertos y brillantes.

—Estoy bien—replico.

—Tú propio esposo dejo que esquiarás sin siquiera una sola clase se enseñanza—gruñe y me clava su mirada—. Te lastimaste una mano, por su culpa.

—No es su culpa. Y la es de nadie.

—Como sea, no debes esquiar si nunca lo has hecho.

—¿Y cuando iba a llegar el momento? ¿Hoy mismo a mediodia?

Nunca la había visto tan enfadada, ni siquiera en su semana de mal carácter en donde la mayoría de los hombres nos consideran unas maniáticas por nuestros cólicos.

—Lorraine—me detengo.

—Vamos con la doctora—dice casi regañándome.

—Pero, Matthew...—volteo hacia atrás.

—Ya llegaran con nosotras.

Cada poro de la piel de Lorraine se asoma su grata maternidad hacia mí. No veo a los chicos seguirnos por detrás, tal vez regresaron con Miranda y por nuestras pertenencias en los casilleros.

Llegamos a una cabaña pequeña de color rojo, pero parece estar sola.

— ¡Maldición! —ruge—. Al parecer no hay doctores.

¡Wow! Qué gran descubrimiento, Carter. Mi mano se siente como una pesada roca y comienza a palpitar más. ¡Au! Quiero ir con Evangeline.

—Nena—llega detrás de mí Matthew—. ¿Cómo te sientes?

Bien, a excepción de mi irritante mano.

—Bien, de momento.

—Vamos con mis padres.

Estoy muy apenada con todos, soy la única estúpida que no sabe esquiar ni siquiera en la ruta de principiante y he arruinado el día de todos. Bueno, aún nos queda parte de este día y mañana. Desgraciadamente, suelto una lagrima cuando mi esposo me está mirando.

—Elizabeth, no, ¿por qué...? No, no llores.

Me abraza a su cuerpo.

—Arruine el día de todos—murmuro.

—No, claro que no, es tu cumpleaños y además fue un accidente.

Frota sus manos contra mis brazos, produciendo un poco de calor. Tengo ganas de vomitar y olvidar lo sucedido. Lorraine sigue enojada y fulmina con la mirada a Matthew. Él no la desvía, al contrario, contraataca. Todos en el auto vamos en silencio. Patrick me mira a través del espejo retrovisor dedicándome una tierna sonrisa. La música de los Jackson's Five, comienza con "ABC" y de manera simpática, nos sonreímos unos a otros.

Quince minutos del trayecto duramos de vuelta a casa y en donde mi mano ya esta tan hinchada... que me da miedo solo mirarla.

— ¿Qué te pasó, Eli? —suelta mamá en cuanto nos la encontramos en la sala.

—Me caí.

Evangeline y Daniel se levantan de inmediato y me llevan a la cocina. Con cuidado me examinan la mano, buscando un diagnostico a mi problemilla.

— ¿En dónde está George? —le pregunto a Emma.

—Fue a darse una ducha.

Por extraño que parezca, quiero que este aquí. Pego un grito de dolor en cuanto Daniel toca más mi mano.

—Tienes un esguince—asegura.

Menos mal.

—Iré por los vendajes—se marcha Daniel escaleras arriba. Mamá me da u beso en la mejilla y se retira a la sala sin antes esbozarme una sonrisa llena de confianza. Se marcha para hablar con los chicos. Mi esposo y yo al fin solos en la cocina.

—Perdón—digo en voz baja.

Se quita la chaqueta y mete sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón.

— ¿Por qué te disculpas? —me mira con ojos abrasadores, hermosos.

—No te prometí ir despacio.

—Fue mi culpa. Te subí a una de las pendientes un tanto complejas para novatos.

—¿Sabes qué? Prefiero esto: no es culpa de nadie. De alguna u otra forma me habría caído.

Raramente, parece apenado.

—Matthew—murmuro—, ya estoy harta de que siempre todo lo que nos pasa, pensemos que algunos de los dos tienen la culpa. Y no es justo, de haber sabido que me iba a caer y a lastimar pues lo habríamos evitado.

Aprieta los labios.

—Basta de esa actitud, ¿sí? Son experiencias y cuando pasen algunos años más vamos a platicarlas con muchos ánimos. "Recuerdan cuando fuimos la primera vez a Canmore y yo me caí sobre mi mano?" Algo asi.

Al fin levanta su mirada profundamente de un azul oscuro fundido con un poco de gris.

—Elizabeth—cierra los ojos—, eres lo más importante en toda mi vida. Y escuchándote decir eso, hace que me sienta pleno y más seguro que nunca. Ambos nos complementamos y crecemos juntos, y he aprendido más de lo que creía saber.

Le acaricio el rostro.

—Prométeme algo—le pido.

— ¿Qué?

—A partir de esto también deja de pensar que soy una copa de cristal que con cualquier cosa podré quebrarme.

Abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar.

—Soy tan fuerte, más de lo que crees.

—Está bien—baja la mirada al suelo, se gira para caminar unos cuantos pasos y regresa para volver a mirarme con sus manos apoyándose en mis muslos—. Pero seguiré cuidándote en la manera en la que eres mi esposa y que en los votos prometí eso.

Más lágrimas salen de mis ojos y se desbordan por oír esas hermosas palabras. Nuestros labios se unen en un cálido y húmedo beso.

—Siempre estaré contigo, no me importa lo que sea o en donde estés, estaré contigo protegiéndote y siempre dándote mi amor.

Y nuestro beso continua hasta que reaparece Daniel con los vendajes de mi muñeca.

—Yo también cuidare de ti—le digo antes de que Daniel comience con su trabajo.

Su rostro se ilumina y los dos intercambiamos sonrisas de amor, mostrando sinceridad que transmitimos en este momento.

—El esguince de tu mano es de primer grado, no hay mucho problema, Elizabeth—me esboza una sonrisa alentadora—. Se recuperará pronto. Llegando a Manhattan te recetaré pastillas antinflamatorias, así la recuperación será pronto.

Daniel, mi suegro tan amable y atento, que se preocupa mucho por la esposa de su hijo... y que es un tanto tonta en sus momentos. Durante algunos minutos me hace una firme férula con la venda, dejando prácticamente mi muñeca sin mucho movimiento.

—Listo, querida—palmea mi hombro.

—Muchas gracias, Daniel.

Antes de salir de la cocina, le susurra algo al oído a su hijo.

—Hola de nuevo—le digo burlesca.

—Si pensabas que habría otra expedición por esquí, estas muy equivocada.

No puedo discutir eso.

—Bien—me resigno—. Puedo conformarme a patinar en hielo.

La sonrisa de Matthew se ensancha.

—Buena chica—me besa la sien.

—Me divertí, aunque no lo creas.

Tuerce el gesto.

—Bueno, es momento de que empecemos a disfrutar lo máximo de tu cumpleaños.

Entre esas doce palabras se esconden muchas promesas, haciéndome olvidar lo ocurrido en mi muñeca. Puede que sea mi cumpleaños, pero él también lo disfrutara como si fuera el suyo.

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